Rutinario Amor.

   RUTINARIO AMOR.

Inadecuado, deletreó la bola de cristal antes de soltar un concedido. Entonces, el indito soltó la perla y continuó buceando, sonriéndole abiertamente a unos pececitos. Un deseo inocente, aunque inalcanzable, fue lo que desató este torbellino de orden. Querer a una muchacha, debe ser algo que el viento escucha tan frecuentemente como «tengo hambre» o una canción de los Beatles. «Yo no te quiero» suena en días fríos o calurosos, en poblados gélidos y también en tierra caliente, en donde cada quién pareciera que carga una húmeda y ardiente nube a su alrededor y paradójicamente quisiera fundirla con otra para acabar con esa sed leal. Así, desear una luna o una comida caliente pudiese confundirse con desear unos restos de baba, un roce casual o una mirada cómplice. Pedir la salud de la madre, acabar bien el año escolar o acabarlo al menos, unas monedas extra, es cosa más sofisticada, pero pedir «el alma gemela»… a los doce pinchurrientos pocos pelos años… y para colmo, mejor pedir la capacidad para identificar al alma gemela (con eso de que el tío dice que las mujeres van y vienen). Ajá y que. No pasa nada. El indito y su indita. En la India, bien metidos en su territorio a pesar de que el mar los visita por las mañanas y la cercanía al viejo sueño de las perlas que conceden a sus buscadores la riqueza y algunas veces hasta deseos, como los genios. Y ya, concedido, se casan si la pareja en turno es esa persona y en otro caso a buscar y buscar y buscar. Pero no, porque si lo encuentra y ella no lo reconoce,…, que historia tan triste, muy triste. Que castigo tan pueril. Que si la belleza del cortejo. Pero aún no se ha dado la caricia infalible, ni se ha cantado la nota que haga vibrar todos los innombrables huesos humanos. Entonces, mejor pedimos que todo el mundo reconozca a su par instantáneamente. Todo el mundo.

Instantáneamente, juego de tiempo, significando lo que significa una noche en vela pensando en la mujer que llevaba chaleco bajo el caluroso día anterior, lo que una mirada vacilante y periférica que se atrapa lentamente en un vestido ajustado, lo que una sonrisa varonil triangulando brillos con unos ojos profundos, para algunos; para otros, una confesión de amor que se lleva a cabo al arreglar la pata de la mesa coja de la amiga que se vuelve compañera; un recuerdo diluido pero constante del compañero de banca de la escuela primaria. A veces un olor, dos vellos que se rozan al poner cerca los brazos o una presencia fantasmal inevitable. Que finalmente me di cuenta de que estoy enamorado de la madura vecina. Que siempre te he amado, no me arrepiento de haberme casado contigo. Y las niñas de trece años que alzan la vista y encuentran a su media naranja al otro lado del salón y los abogados en su contraparte en la demanda, vestida de minifalda. Felicidad en muchas partes, ¿no deseamos librarnos todos de esos amores holgazanes en donde las situaciones simplemente acaecen? O su contrario: un amor con sobrecarga de trabajo, en donde bañar a los hijos, dar cariño no solicitado, buen trato a los amigos de la pareja, comunicarse aunque el otro juegue a comunicar que no quiere comunicarse sin comunicarlo, todo eso y más; ¿no sería lindo evitarlo? Ah, si. Pero además del deseo cumplido han ido pasando más cosas. Una historia que conmovió a muchos estúpidos: se vieron en un vagón del metro, se reconocieron (ella por sus ojos; el vio la forma en que sostenía el suéter que a ella le había remendado su madre) pero él iba entrando apenas, y su expectante inmovilidad fue arrasada por los que salían. Así que no se vieron, y aunque deambulan, les costará un poco de tiempo encontrarse: somos muchas personas. Que los ha habido más listos, si. Como esos tórtolos, que cuando la puerta del vagón les separó abruptamente las narices, con dulces señas se quedaron de ver en la siguiente estación.

La seguridad de hallar el complemento de uno. Además de aplicaciones complicadas (como examinar el complemento para conocer el propio rostro), la practicidad. Simplemente decir: «¡Hola! ¿Y adonde quieres ir ahora?», donde el gusto de cada pareja lo decide. Con melcocha o sin ella, pero con la seguridad de quien tiene un zapato en la mano y estira la otra mano debajo de la cama buscando completar el par. Realmente un poco de la magia ha desaparecido con esa seguridad absoluta, pero la gente se ha ido arreglando para sustituirla. Últimamente he visto que aplaudir es lo que hace la gente entrometida cuando un joven se le acerca a una señorita en algún lugar público. «Hola», «Hola» dicen ambos y los viejos sonríen pensando en el final feliz y en la inconveniencia de haber nacido demasiado temprano antes de que el mandato divino permitiera hallarnos a nosotros dentro de los otros sin complicaciones. Aunque cuando la repentina unión es del mismo sexo, les cuesta trabajo reprimir un gesto y aceptar que los gays son gays y sus almas son tan gays como ellos.

Para algunos, Platón ha cobrado importancia como visionario de la incompletez de nuestros espíritus, aunque las discusiones de sus otras ideas se hallen sepultadas en incoherentes temarios preparatorianos, en discusiones sesgadas por la cotidianeidad y las referencias cortas, o bien en insufribles libros apropiados para hacer relucir la erudición. A pesar del vigor que se le ha dado a las consideraciones filosóficas por lo acontecido, han aparecido problemas prácticos que se conocen cada vez más y se desconoce su solución. Un hombre en Bangkok, cuando miraba una revista, descubrió que su destino es una actriz de Hollywood de poca monta llamada Ashley Judd, pero su lejanía y su solvencia económica no le han permitido, no digamos verla, sino siquiera comunicarlo. Y que el match.com es ahora facilísimo, no es necesario dar muchos datos personales, pero la sobrecarga de personas dando un click por segundo, buscando a la persona descendiente de la realeza que los salve, lo hacen inaguantable. Me han dicho que en un poblado mongol, habitado únicamente por mujeres, la vida es más insoportable que antes pues los hombres que van de pasada se han convertido en eso, hombres de pasada; ya no hay esperanza que los disfrace más allá del primer instante. También, que fastidio, los puritanos que esperan a la única persona con la que pueden disfrutar el sexo; que lo aguanten ellos. Casos difíciles: una mujer sabe que su caramelito tiene nueve años todavía, lo vio un día salir de la escuela. Ahora lo espera a escondidas, consciente de que esperará algunos años, los menos posibles, para experimentar el amor.

De todos, los que más me ponen triste son los solitarios y los inseguros. Los solitarios no buscan y no hallan, y aunque es menos probable hallar lo buscado, los sis y los nos son ahora claros como el agua. Y los inseguros, pobres, han adquirido la seguridad que necesitaban para convertir su vida en un infierno: saben ahora que no están seguros con nadie, con nadie hasta que llegue la persona salvadora a rescatarlos de ellos mismos. Siguen sin experimentar nada. Aún no se tiene información, pero pudiese ocurrir que nunca se consume el anhelado encuentro en la vida para alguna persona.

Algunas relaciones se han vuelto difíciles. No todos deseamos esperar hasta que llegue el susodicho, y los noviazgos y matrimonios «no perfectamente complementarios» o «asimétricos», como les hado por llamarles ahora, son diferentes. Funcionales, o disfuncionales, mejor dicho, lo mismo que antes: pocos gozaban antes de tener a la pareja ideal en la casa. Pero se han vuelto temerarios; la pregunta ha dejado de ser «¿Si me vuelvo gordo, calvo, más feo, pierdo mi empleo y escupo dentro de la casa, me dejarás? para convertirse en «Y si aparece él…¿qué harás? Algunos saben la respuesta de antemano (la mayoría, pocos arriesgarían la realización propia de conseguir la compañía perfecta, por esas boberías éticas o sentimentales). ¿Y los hijos? Por eso hay cada vez más parejas sin hijos (aunque esperándolos tener algún día).

Sin remitente, pero con sospecha: la historia del indito que le pidió a la perla, un Dios que volvió a tirar los dados, o incluso aquél bobo que le pidió a la estrella fugaz encontrarte. Cada quién vislumbra diferente su atmósfera ideal. Y después, las formalidades. He escrito en computadora esperando que la letra de molde no despierte instantáneamente una pasión desenfrenada y puedas, si bien no racionalmente, al menos anticipadamente, decidir si responderás o no. Tu sabes (bueno, no lo sabes, pero has de intuirlo) que odio toda esta pantomima idiota y simplemente espero tu respuesta.

Con amor, S.