12/04/2009 01:51:31 a.m.
(AL ESTILO AÑEJO PERO NO ES AÑEJO).
Yo estaba dando la espalda, porque el zoquetín de Carlos no dejaba de fregar con el mini-videojuego. Y ya me traía hasta la madre. Volteé lo más rápido que pudé pero la verdad ni ví. Tuvimos suerte, nos dió un rozón que nos hizo girar y abolló toda la puerte y la salpicadera derecha pero no pasó a mayores. Carlitos, rebien, asustadísimo, pero bien. Antes de que pudiera evitarlo, estaba abajo conmigo. Le dije que no se bajara pero no me obedeció. Nos subimos de nuevo y orillamos el auto.
La Hummer que nos pegó sí estaba hecha mierda. No frontalmente, pero se pegó reduro en el lado derecho con el muro de contención. Me sorprendió verla así, yo que sentía que la camioneta esa era prácticamente una tanqueta. Carlitos me preguntó que si estaban bien. Y hasta ese momento pensé en las personas de la Hummer. Hablé inmediatamente: al seguro y a la Cruz Roja (traigo los teléfonos en el tablero, por la loca de mi mujer). En ambos me dijeron que enviarían ambulancias enseguida.
Se tardaron unos 10 minutos en llegar. Llegaron los del seguro con la ambulancia, y lo primero fue preparar todo para trepar al que era (afortunadamente) él único tripulante. Era un tipo maduro pero con indumentaria juvenil, de unos 44 años; bien vestidito, se veía como todo un adulto contemporáneo: de esos que cagan dinero. A pesar del gran impacto lucía razonablemente bien. Tenía sangre en el rostro sí, pero aparentemente no tenía nada más, fuera de parecer hecho de trapo. Mi morbo me impidió evitar que Carlos saciara el suyo. Ya se había puesto a mi lado para observar cómo lo sacaban y lo subían. El «ejecutivo» de los seguros también se regodeaba, sin hablarme.
En eso, que llegan los de la Cruz Roja.
– Qué hacen, qué hacen ! Déjenlo ahí. Ya nos lo llevamos.-
– No, ya lo tenemos casi encima. Este señor es nuestro cliente y va directo al hospital que le proporciona su seguro de camino.-
– ¿Es cierto eso? ¿Es su pariente? –
Me voltearon a ver a mí.
– No, el señor chocó con nosotros, simplemente. Yo llamé a mi seguro por el golpe que le dió al Platina y llegaron ellos.-
Híjole, casi me arrepiento de decir la verdad. Los del seguro, que me parecieron atentos y serviciales por su prontitud a atendernos, me voltearon a ver con cara de hijos de la chingada y hasta rojos pensé que se verían, a pesar de la semioscuridad en la que estábamos. Uno de los dos camilleros del seguro se intentó ver listo y empezó a subir al señor. Pero el otro venía casi corriendo a reclamarme. Afortunadamente, para mí, los otros dos de la Cruz Roja fueron a impedir que subieran al señor, forcejeando con el camillero solitario.
– ¡Que nos los llevamos nosotros, pinches buitres, bájenle ya de huevos!-
– ¡Hijo de tu rechingada madre, te voa partir el hocico si no dejas ya al señor, no mames, ve cómo lo están zarandeando!-
El camillero del seguro que venía hacia mí se retachó de volada, y bien encarrerado le intentó dar un golpe en la nuca al que antes jaloneaba y ahora sostenía al señor herido. Pero el camillero de la Cruz, un gordito trabadón, se hizo bolita a tiempo y nomás recibió el fregadazo en la espalda, cayendo sobre el señor. El otro del seguro, un joven alto y flaco, le soltó un certero puntapie al gordito en la cabeza e hizo un doble acierto: terminó con el gordito y se lo quitó al señor herido de encima. Pero el otro de la Cruz, uno de medio pelo, con ojos de loco, cargaba navaja. Se la clavó por detrás al joven, por un lado, y se vió reclarito como se la hundió y se la sacó.
En eso decidí que ya era bueno de espectáculo para mi Carlitos y me metí corriendo jalándolo a él al carro. El otro monito de los seguros, el supuesto perito, ya estaba dentro de su vochito y lo ví llamando por celular. ¡Claro! A la policía, y así como estaba la cosa a otra ambulancia. Todavía podía ver, aunque ya no en detalle, lo que pasaba en la riña.
Con el otro tipo, el camillero del seguro que venía hacia mí, la cosa no fue tan fácil. El de la Cruz lo intentó atacar con la navaja, pero el del seguro lo pateó bien duro en el pecho. Cuando el del seguro lo persiguió para rematarlo en el suelo, el de la Cruz le cortó por el tobillo con la navaja. El del seguro, encabronado, le quitó la navaja y le empezó a dar golpes con la puerta del vochito (mientras su colega institucional se horrorizaba).
Se empezó a cansar, y era claro que con la sangre que le salía de la pierna no podía seguir en pie.
Ví la escena quieta por fin: el señor de la Hummer tirado, con el camillero gordito a un lado noqueado, el joven flaco tirado y con la sangre tiñéndole la espalda, y los otros dos mensos cerca del vochito del seguro, uno recargado apretándose la pierna, y el otro panza pa’arriba con un megachichón y despatarrado.
Decidí llamar a la Cruz Roja, también. – pa que estén parejos-, pensé.
BASADO EN UNA HISTORIA REAL.