Pausas

Al subir en la montaña, uno va encontrando. El máximo y último deseo es llegar; sólo llegar. Los retos van apareciendo uno a uno, y uno a uno acumulándose en el pasado.

Nuestros deseos se confunden y damos vueltas, para imaginar nuevos caminos. También para evitar algunos de ellos inevitables. Regodeandonos en aquel arroyo que encontramos. Tenemos miedo a seguir subiendo. A la vez impacientes por volver a la marcha. Los pequeños esfuerzos son incontables.

Pero lo que más abundan son los silencios. Las pausas. Las miradas que no van a ningún objetivo, miradas que no perciben. Ojos llenándose de sí mismos, inertes. Por eso los valles y las mesetas son de terror. Tras la fatiga, tras los tirones de cuerpo, se llega a extensas y grises planicies. Desoladas, sin árboles. Con nombres de enigma: el valle de la sombra, las cruces, la soleada, tequetetengo. Donde los teporingos no se notan; las bolitas de vida cruzan rápido para llegar a sus huequitos. Grandes vistas. Y grandes cielos abiertos, en donde sobra tiempo para pensar, para la angustia. Y para la paz, para quien puede manejar la zozobra de esperar. Ying y yang del tiempo.

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